miércoles, 17 de noviembre de 2010

Breakfast at the Hopes.

Desayuné con tres payasos y un pescador hoy... el día estuvo agitado, yo lo sabía y por eso intenté hacer de esos minutos como algo para recordar, por lo menos recordarlo en mi memoria porque no sé cuándo volveré a desayunar con tres payasos y un pescador.

Ellos aparecieron una tarde antes en un automóvil compacto de marca Volkswagen, "el carro del pueblo" se diría, un "bocho", un "escarabajo"; cargaban su equipaje dentro de maletas con formas de animales. El primero en bajar fue el payaso de la nariz negra y puntiaguda, su peinado hacia atrás escondía una melena abundante, los zapatones eran naranja con blanco, como una zanahoria con yuca pelada..., llevaba puestos unos guantes rosa.
Bajó del vehículo y abrió el baúl. Una maleta que parecía elefante salió flotando bajo un puñado de globos que se dirigió directamente a la casa donde se hospedarían; el siguiente que apareció fue el payaso de la nariz roja: llevaba un traje como de niño de primaria con unos zapatos abultados de la punta, como botas de ingeniero con dedos enormes e igualmente enormes cayos, bajó cargando un maletín abultado hecho de globos de animalitos mientras el payaso de la nariz negra y puntiaguda buscaba en el baúl y las maletas continuaban saliendo por sí solas, sea a rastras, caminando o flotando en carcajadas.
Por último, bajó el payaso de labios negros y mirada triste... llevaba un traje como sobretodo a rayas horizontales que se movían lentamente hasta ponerse verticales. Traía puesto un sombrero de copa enorme y cuando sonreía dejaba ver un diente de oro; tras de él saltaba un bastón de madera con el pomo con forma de serpiente de labios rojos.

Los tres tenían la cara pintada y la sonrisa oculta, miraban como niños hambrientos y hablaban como duendes en celo. Sin embargo, reían de lo más mínimo y se burlaban de los demás ocultamente.

El pescador era sobrio en su hablar y templado en su mirar, la piel tostada por el sol ocultaba todo su ser sembrado de tranquilidad y entereza. Había atrapado toda clase de animales marinos y hasta contaba en su haber una fiera batalla con un pulpo gigante como el de la novela del señor Verne, el cual le había lesionado un ojo. Tenía los brazos y manos fuertes, y siempre usaba sandalias y pantalones cortos, su familia estaba orgullosa de él. Los tres payasos dormirían en su casa y yo desayunaría también alli al siguiente día, sin saber que lo haríamos juntos.

Los payasos, aún cuando no estuvieran pintados con su maquillaje, decían cosas que en sí encerraban algo gracioso y uno reía de las cosas que hablaban. El pescador simplemente observaba callado, apenas dejando salir un leve sonido que - supongo yo - era su risa.

El desayuno duró poco y se limitó a ser un plato típicamente salvadoreño, roto nada más por la extraña costumbre de los cuatro en beber soda o gaseosa, bebida carbonatada en lugar de café. Por supuesto que yo sí bebí café, sabía que el día sería agitado y que tenía que aprovechar el momento... Gracias al Altísimo, el cortísimo rato del desayuno fue agradable...