martes, 20 de octubre de 2009

Amén tiene un vestido de luto. Sólo uno y lo usa poco. Pero de un tiempo para acá se lo pone a veces cuando está encerrada en su cuarto. Ahora, por ejemplo. Se mira en el espejo, se descubre las rodillas y le parecen bonitas. Más de alguna vez hubo quién supo apreciar su figura delgada, pálida. Tiene el pelo rizado.Sus piernas son suaves.Las acaricia. Una canción suena en la radio.Amén la baila.Se sube la falda, se toca las nalgas.No tiene ropa interior.Le gusta hacer eso, estar desnuda bajo el vestido de luto que su madre escogió.No soporta a su madre.El día de las madres pasa desapercibido para ella.Sus pechos son pequeños, lo suficientemente grandes para justificar un sostén.Sube el volumen y molesta a todos en la casa(es Amén adolescente).Se sienta a caballo en el banco del tocador.Mira su reflejo, cierra los ojos, levanta los brazos y mueve las caderas.Quiere que la domine el ritmo de la música, estar como ausente, perderse.Sus caderas, las adelanta, las regresa.Sus movimientos van siendo más largos, más fuertes.Apoya las manos sobre el banco, pone los pies de puntillas.La música continúa, llena el cuarto, no hay espacio para nada más. Baja la cabeza y suda.Las patas del banco se deslizan cuando Amén se mueve, cuando frota su entrepierna.El banco avanza a poquitos, rechinando.A esas alturas el vestido negro necesita una buena limpieza.La espalda de Amén está mojada en sudor.Es una muchacha delicada, físicamente frágil.Una correa del vestido ha resbalado de su hombro.Clava las uñas en el asiento del banco, rompe la tela, el algodón queda al descubierto como la carne de una herida recién sufrida.Es un pujido corto, retenido, que se deshace en la violencia de la música.Un minuto de trance."La pequeña muerte", piensa y se deja caer.